Preguntas de un Estudiante que Lee

Por: Theodoro Elssaca

SANTIAGO, CHILE- He tenido el alto privilegio de conocer al poeta y diplomático Rafael Pineda, durante el Encuentro de Poetas y Narradores de las Dos Orillas, en Punta del Este, en 2011. Durante una semana asistimos a las extensas presentaciones de escritores venidos de diversos países y cuando se podía nos arrancábamos a explorar la ciudad, donde pudimos ver el Museo Rally, el Museo Pablo Neruda, de Punta del Este y en especial la visita al gran pintor Carlos Páez Vilaró, llamado “El Picasso de América”, con quien Rafael cultivó una fecunda amistad.

Luego hemos seguido reuniéndonos en torno a la literatura y en 2015, tuve el honor de presentar su libro “No siempre el café está caliente”, en el centro Cultural de España, donde puse en valor el puente cultural entre República Dominicana y Chile, con lazos como la amistad el de Gabriela Mistral con Pedro Henríquez Ureña, la relación de los poetas dominicanos con Neruda y el exilio de Juan Bosch en nuestro país, que enriqueció el ámbito del pensamiento.

En esta nueva obra, Rafael Pineda, el sanjuanero, refleja lo biográfico y el acercamiento a la naturaleza prístina, llegando a la experiencia epifánica del asombro creativo del niño que fue, enfrentado a los ríos y las montañas, de la mano de su abuela materna, María Belén Sención, a quien nombra ya en la dedicatoria.

Sin embargo, a partir de la página 29, surge una articulación temática, un salto importante, que rescata y revive el imaginario de los caudillos sociales y políticos, perseguidos, detenidos, asesinados o desaparecidos en su sagrada tierra natal, por el fatídico “Minotauro”. Son los protagonistas de esta segunda parte del libro, quienes dieron sus vidas por los ideales de un mundo mejor pero que, sin embargo, la mayoría de ellos han ido cayendo en el olvido y que Rafael pone en valor para nosotros, en medio del intenso fragor de sus causas y luchas. Vidas que fueron silenciadas, procesos que fueron paralizados cuando se encontraban en todo su esplendor.

Estas dos vertientes poéticas cruzan sus caudales y yuxtaponen sus experiencias, en especial en poemas donde aparecen símbolos poderosos y a ratos nostálgicos, como la enigmática figura del grillo. Rafael logra presentar ambos cauces como un corpus coherente, que plasma el testimonio salvaje de quien pareciera ir desde la marca imborrable del origen, sostenido por la impregnación panteísta, inmersa en la naturaleza de la isla en el Caribe dominicano, al terrible choque con una realidad que refleja las miserias y ambiciones humanas.

Rafael inicia los fuegos con el poema Balada triste para el mar, donde protagoniza el espejismo que enfatiza la metáfora entre la infinitud del mar y la inmensidad del amor. Sueña con otros reinos, aventuras colosales, más allá del tiempo sin tiempo del mar, que el niño Rafael contempla día y noche. Finalmente el mar se transfigura en los ideales que lo animan, ideales que son aún más grandes que el mar.

Quema la sal de la memoria, desde la butaca siete, donde elegíaco evoca los músicos en las coplas del Balsielero, doliente tonada que le rompe el corazón en la Balada triste para Luis Díaz.

Entre ceniza y humo aparece la niña aceitunada, la que nace bajo la lluvia, cito: “una de esas tardes la lluvia la ayudó a nacer/ haciendo con audacia y entusiasmo/ el papel de un doctor”. Es su poema Balada de la niña que va silbando, donde el nacimiento fue aplaudido por las aves del bosque.

Hasta el retorno del cobijo de “la casa con techos de nubes y paredes de algodón”, el niño que se hizo poeta, compartía con la abuela espiritualista que fuma y habla con los muertos, entre las montañas y ríos a contra corriente. De allí surge el Pineda dominicano y más tarde cosmopolita, revelado en el poema Balada para la casa de mi madre. La abuela le enseñó a mirar el horizonte, donde nacen las montañas, a mirar como vuelan las bandadas que van buscando su destino.

Conexión con la naturaleza, donde el poeta habla desde los mismos seres que la habitan, cito: “Aunque no lo quieran creer, lo niegue o no, yo también fui un grillo”, nos dice en La balada del grillo.

Denota los quinientos años del obrero que trabaja y canta, cito, “trabaja lanzando su destino al viento”, y “danza la canción del fuego”, en: Al obrero de mi patria. Contenido que nos embarga de su profundo compromiso social.

En su poema Balada de un estudiante que lee, surge la denuncia de lo que olvidó escribir la historia. Las páginas en blanco, de una historia que invisibiliza pequeños y grandes sucesos épicos.

Como ha escrito John Donne, a quien cita Pineda, “Ninguna persona es una isla por sí mismo, la muerte de cualquier hombre me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad”. Cita que corona su desgarrador poema Preguntas del estudiante que lee. Aquí plasma con inusitada fuerza las interrogantes del crimen, los asesinatos nunca resueltos, la intriga que se oculta tras la tortura y desaparición de aquellos héroes que la historia que leemos no registra. Rafael da hondo testimonio de las vidas sacrificadas, con semblanzas de aquellos que no debemos olvidar, donde resuenan los nombres de Amín Abel y Narcisazo.

Primavera de 1966, es el poema donde se pregunta “fue en aquel momento/ un estudiante el primero en caer”, y refiere al sombrío Minotauro, que se instaló en el poder.

Conmueve la decisión de Galeano, contestatario, que despreció la invitación de San Pedro, la posibilidad de entrar al Paraíso, prefiriendo habitar en el corazón del pueblo. De su poema A Eduardo Galeano.

Se pregunta: ¿Sólo los muertos de Nueva York debemos recordar?/… ¿quien recordará a Pablo Neruda agonizando/ cuando los aviones/ bombardearon la casa presidencial?, en su poema Estudiante necio, como evidencia de su infausta estadía en Chile, en ese momento aciago.

Una historia de grillos, relata la vida en un pueblo de grillos, que son las personas que vivían en sus casas de barro y palmas, hasta la llegada del Minotauro, el Chivo y el malvado Muñeco de Papel, quienes se repartieron el poder y le cortaron las alas a los grillos. Pero los grillos resistieron y se alzaron para seguir cantando hasta hoy, pues queda claro que los grillos aún no terminan la obra.

La señera figura del grillo, es una recuperación de su primer poema de infancia, en la que tuvo mucha relación con esos hermanos menores y re aparece en distintos poemas de Pineda, que reiteran el poderoso símbolo que también incorporó T.S. Eliot, en la primera página del primer capítulo de su ya legendaria La Tierra Baldía. Ese capítulo se llama El entierro de los muertos, y marca un hito insoslayable en la evolución de la poesía universal.

El grillo se constituye como una sutil caja de resonancias entre oriente y occidente, que Rafael ha poetizado para dar a conocer la verdadera historia dominicana profunda. Un gesto largamente meditado en base al acervo, en versos que rehúyen la contabilización endecasilábica, evitando deliberadamente cualquier subjetividad, para presentarnos la poesía como una moneda de uso común.

Rompe los límites y presenta la abolición de las fronteras, en la unión latinoamericana. Desde las huellas bolivarianas, surge su poesía que construye con lenguaje crudo y directo.

En su poema La canción más bella del mundo, Rafael acentúa su escritura contra el olvido, y abre el horizonte a una visión planetaria y cósmica, y pide la luna, los mares , los sonidos del colibrí, y las constelaciones, pero también denuncia los ataques de Truman sobre Hiroshima y Nagasaki, la guerra de Vietnam y convoca a Neruda, a Gabriel Celaya y los cantares de Nicolás Guillén y llega al cercano oriente, a la antigua Mesopotamia, para decirnos “Yo quiero para ti/ la ciudad de Bagdad como era/ antes de que la destruyeran los bombardeos /estadounidenses…” y nos hace recordar los fabulosos jardines colgantes de Babilonia, las leyendas de los siete viajes de Simbad el marino, sus historias milenarias contadas por Scheherezade…

Rafael Pineda escribe con la herida abierta en su pecho, contra la amnesia. Herida que aún sangra y que no cierra. Trágica experiencia de vida que nos entrega como un regalo de recóndita reflexión en nuestro camino. Exhortación que busca con ardor en la escritura y en el amor, la redención del agobio y los dolores más humanos, para renacer con la mirada limpia y enfrentar al mundo desde la fortaleza espiritual que hoy lo impulsa.

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